Glamorama
Julio Milostich en un De Tú a Tú, en una imagen enviada por Canal 13.

«Vivíamos en una pieza. La cama, una estufa, una mesa. Mi papá tenía guardados sus instrumentos. Cuando terminábamos de comer se transformaba en su taller…», relata Julio Milostich

Autor: Equipo Glamorama / 23 julio, 2022

“Mi familia era de escasos recursos. Mi mamá siempre trabajó, fue asesora del hogar, después trabajó en una fábrica de alimentos del mar. Familia muy trabajadora y se ganaba para sobrevivir. Vivíamos en una pieza. Era una situación precaria, pero elegida por mi papá», fue parte del relato de Julio Milostich sobre su infancia.

El actor de 55 años que se hizo famoso con su papel en la teleserie El Señor de la Querencia, en 2008, contó pasajes importantes de su vida y su carrera en un capítulo de De Tú a Tú exhibido hace una semana por Canal 13.

Estas fueron sus palabras sobre su niñez, junto con lo ya enunciado:

“Yo nací en Punta Arenas. Viví con mi madre hasta los cinco años. Un día mi papá fue donde mi mamá y le dijo ‘me voy a quedar con el Julio hoy día, me lo llevo, te lo traigo mañana’, y estuve con mi papá cinco años. Nunca más volví.

“Mi mamá era dueña de casa, era voluntaria de la Cruz Roja, y mi papá vivía solo. Ellos se habían separado mucho antes. Nosotros somos cinco hermanos y yo soy el menor. Yo nací mientras estaban juntos y en el intertanto se separan.

“Siempre fui muy regalón por ser el más chiquitito. Yo estaba muy bien con mi mamá. Pasó esto y de repente me vi viviendo con mi padre, padre viejo ya, si estuviera vivo ahora tendría ciento y tantos años.

“Mi papá era músico, era luthier, hacía instrumentos, tenía un grupo de música. Tenía muchas habilidades manuales, tenía un taller de hojalatería y de gasfitería. Se inventó una máquina para afilar cuchillos y tijeras.

“Mi papá podría haber tenido mucho más si él hubiera querido. Podría haber tenido una casa, con todo lo que sabía él se podría haber construido algo, haber juntado plata y no era bueno para el copete. Era una persona que trabajaba como chancho y nunca invirtió en una propiedad.

“Y no solamente eso, arrendaba una pieza. Estaba separada por una pared, en la otra arrendaba otro caballero, allá una señora. Esa pieza tenía la cama, una estufa, una mesa, mi papá tenía guardados sus instrumentos de trabajo. Cuando terminábamos de comer la casa se transformaba en su taller.

“Mi viejo al ser enchapado a la antigua, mi niñez fue súper reprimida. Yo era sus ojos y no me podía quedar jugando más allá de cierta hora. Demasiado estricto.

«Entonces por una parte me sentía feliz, pero no era un niño libre. Estaba el domingo que mi papá siempre me daba la moneda para ir al cine, pero que no me fuera a pasar de la hora de jugar en la esquina, porque el me iba a buscar.

“Yo pasé Navidades acostado porque mi papá no celebraba ni una wea, ni Navidad, ni Año Nuevo, nada. Un viejo amargado. Terrible poh. En esta niñez quizás está el origen de muchas cosas que uno después saca conclusiones cuando es más grande.

“Mi mamá sí me iba a ver, yo decía ‘bien’, porque sabía que mi mamá me quería llevar para volver con ella, pero nunca tuvo los cojones de decir ‘al cabro me lo llevo para su casa, donde sus hermanos’. Entonces mi vieja se iba y yo quedaba. Sufría pero caleta, era un momento del día que yo no quería que llegara, el tener que despedirme de mi vieja.

“Sí, me pegaba. Era de los viejos que pegaban. Yo no era infeliz, tenía de dulce y de agraz, porque yo amaba a mi viejo.

“Yo tenía diez años, dormía con mi viejo y siempre nos quedábamos dormidos conversando o cantando, y un día me despierto en la mañana, miro a mi papá y sentí que algo no estaba bien. Lo toco y estaba helado, congelado. Mi papá se levanta, empieza a andar por la casa y me dice ‘esto es tuyo’.

“Yo me levanto, me visto y me voy corriendo donde mi vieja, que vivía como a diez cuadras, como a las seis y media de la mañana, corriendo a golpearle la puerta a mi mamá. ‘¡Mamá, mamá, mamá, mi papá se está muriendo!’. Y efectivamente, fue mi mamá para allá, llamamos a la ambulancia y mi viejo murió a las tres de la tarde.

“Tuvo tres ataques cardíacos. Lloré mucho la pérdida de mi padre, pero era loco, porque otra parte era el hecho de ir a vivir con mi mamá, que era lo que yo quería. A pesar de no tener conciencia, una parte de mí quería irse todo el tiempo del lado de mi papá, porque no me gustaba la parte violenta de la weá”.