El crítico chileno más temido hace pebre a La Pequeña Casa en la Pradera y la nostalgia en TV
El escritor Álvaro Bisama es el crítico más agudo y temido de la TV chilena. El año pasado editó un libro con parte de sus crónicas sobre la pantalla chica, llamado Televisión, Antología en 12 Pulgadas. Y en sus columnas que publica en La Tercera saca ronchas con su dura opinión sobre algunos programas y rostros de la pantalla chica.
Esta semana su crítica barrió con la nostalgia televisiva. El fenómeno que ha generado la emisión de la serie setentera La Pequeña Casa en la Pradera, en Canal 13, llevó al escritor a dar una severa opinión ante la moda de revivir programación de los años ’80.
“Basta de usar la nostalgia como tabla de salvación ante la crisis. Un poco de inteligencia, de originalidad, de sentido común, de ideas nuevas, por favor”, fue parte de lo que escribió en su blog de Voces:
No más
“No, no más. No más La Pequeña Casa en la Pradera. No la programen, por favor. Sáquenla de pantalla. Basta de tele evangélica, basta de moralejas fáciles, de sufrimiento como café instantáneo. Basta de Michael Landon y sus hijos, sus nietos, sus perros y las garrapatas de sus perros. Ojalá no se les ocurra poner también Camino al Cielo al aire, esa serie sobre ángeles en la carretera que era tan aburrida como interminable. No, no intenten con eso ¿Qué va a venir ahora? ¿Alf? ¿Repeticiones de Sabor Latino con un público hecho de puros agentes de la CNI mirando a las vedettes? ¿Van a hacerle un reality a Alvaro Corbalán en la cárcel? No. Puede ser. No sería tan raro. Sergio Riesenberg es consultado ahora como un anciano lleno de sabiduría y el Informe especial del martes pasado tenía como protagonista a un detective privado que confesó haber colaborado con el régimen de Pinochet. Deslizó que había sido agente. A alguien además se le ocurrió hacerle una caricatura animada con su imagen. Por alguna razón les pareció simpático aunque en realidad todo era más bien atroz. O impresentable a secas. Más encima, el caso que seguía era chantísimo. Ni siquiera para eso le daba. Un epic fail en el que nadie pareció reparar porque en la tele la memoria da lo mismo. Pero sigamos: no.
“No más teleseries turcas. No más teleseries bíblicas. No más programas de refritos. No más tele cultural, sea lo que eso sea. No más Sabingo ni ninguno de esos shows que estiran la tarde para hacer del hastío algo simpático. Porfa, no más grabaciones de Francisco Saavedra descubriendo que Chile es diverso, encantador y está habitado por seres humanos. No. No más Don Francisco recorriendo el territorio como si fuese el dueño de su imaginario. Ya tuvimos suficienentes cámaras viajeras durante el último medio siglo. No más peleas falsas en programas políticos. No más notas sobre la llegada de la Navidad en noviembre, de las fiestas patrias en julio y del comienzo del año escolar en enero. No más Patricia Maldonado. No. No más telenovelas llenas de niños y padres separados que tienen diez años mentales. No más melodramas en clave Disney ni programas de conversación donde todas las panelistas están semidesnudas. No más programas grabados en cárceles. Esa una salida fácil, barata, pornográfica. Lo peor de la tele está en ese gesto desesperado, acaso terminal. No más cámaras ocultas ni cámaras testigo. No más noticias chantas que con suerte son peleas de bar, mochas callejeras y turbas golpeando carteristas. No más borrachos mordiendo el polvo en alguna fonda con un nombre obsceno pero simpático como nota etnográfica sobre la chilenidad. Basta. Piensen en la propia dignidad y no nos vendan las repeticiones del Jappening con Ja como si fuesen televisión de vanguardia. Ya tuvimos suficiente de ellos. Fueron demasiados años de esos chistes de matón de barrio, de esas sátiras mal hechas sobre los pobres, los trabajadores y el mundo en general. No. Su humor era por decreto. Nunca fueron buenos. Alguien se los dijo y Ravani, Pedreros y Gladys del Río se lo creyeron a pie juntillas. La verdad es ésta: el único gracioso era Fernando Alarcón y la risa que quería provocar el programa era obligada y por lo tanto mediocre. Sus números musicales apestaban, puro Broadway pobre. No había glamour ni elegancia. Su humor negro era más bien gris o tenía un color amarillo medio deslucido. No hay ternura alguna ahí: la canción del programa nos terminó pudriendo a todos con su majadería infinita y su ternura falsa. Era el sonsonete de un chiste que solo era una mueca muerta en la boca del espectador.
“Basta de usar la nostalgia como tabla de salvación ante la crisis. Un poco de inteligencia, de originalidad, de sentido común, de ideas nuevas, por favor. Es triste que saqueen la tele de la dictadura buscando cómo salvarse. Eso. Téngale respeto a la gente, al público. Téngase respeto ustedes mismos”. Es triste que saqueen la tele de la dictadura buscando cómo salvarse. Eso. Téngale respeto a la gente, al público. Téngase respeto ustedes mismos».