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Daniel "Huevo" Fuenzalida en una imagen tomada de la pantalla de De Tú a Tú, en Canal 13.

El testimonio de Daniel «Huevo» Fuenzalida: «Anduve todo ese fin de semana en la calle. Dormí en el cerro San Cristóbal. No tenía para consumir (droga). No tenía ni uno…»

Autor: Equipo Glamorama / 14 junio, 2022

“La enfermedad te lleva a tanto que te lleva a perder la cabeza y a hacer ese tipo de cosas. Después me empecé a involucrar en otro barrio y tampoco tenía plata para el siguiente consumo. Entonces llego donde ‘la tía’ a comprar, que siempre le compraba o le fiaba, pero mi cuenta era muy grande».

Estas palabras fueron parte del testimonio de Daniel «Huevo» Fuenzalida sobre sus años de adicción a las drogas y completa rehabilitación a la que sometió posteriormente, siguiendo tratamiento internado y ambulatorio.

El animador de 49 años, quien es un portavoz de la rehabilitación y también tiene un centro dedicado a eso, estuvo en un capítulo de De Tú a Tú emitido por Canal 13 hace más de una semana.

Así continuó su historia:

“En el día, cuatro de la tarde, ‘tía, ¿tiene algo?’. ‘No. Me debes mucha plata’. ‘Pero tía, si se la pago mañana’. Típico. ‘No. Trae algo de plata y…’ Le insistí como tres o cuatro veces, hasta que me dijo ‘a ver… Pasa’

“Me hace pasar y había, no sé si nietos, sobrinos o algo de la señora, y estaban envasando. Había un cerro de cocaína, había unos baldes y había bolsas. Me dijo ‘empaqueta cien y te regalo uno’. Y me quedé ahí poh, haciendo como estas típicas bolsas, para que me regalara una, y ahí me fui.

“Después yo decía ‘hubiese habido un allanamiento, llega la policía, yo hubiese estado ahí y derecho a la cárcel. Nadie me hubiese creído que vine para consumir y me quede envasando eso. Hubiese estado preso’

“Mis papás se enteran, porque cuando me separo me voy a vivir donde ellos y cerca de la casa de mis papás vendían, entonces empezaron a decirle a mi papá ‘oiga, su hijo me debe plata de drogas’. Incluso mi papá iba para allá y trataba de adelantar algo él. Tenía mucho miedo.

“Averigüé y había una filial de alcohólicos anónimos, y ahí el sistema es ‘solo por hoy no me drogo y nos juntamos mañana’, y hay un relato de un grupo de personas. Le llegué a contar a mi mamá que había entrado en esto. Ahí estaba súper bien y empecé a ir todos los días, me empecé a alejar de todo esto y tomarlo con más responsabilidad.

“Así me mantuve tres meses sin nada. Y me empezó a gustar esto. Pasan esos tres meses, me invitan a un cumpleaños, había más niñas y todas como ‘este el Huevo, el del Extra Jóvenes’. Y una me dice ‘yo no tengo idea qué es el Extra Jóvenes, no tengo idea quién es el Huevo’. Era bien choriza para su personalidad.

“Le pedí el teléfono, empecé a hablar con ella y empezamos una relación. Ella es la Pamela. Después una relación más seria, ya llevaba cuatro meses sin consumir, quizás cinco, y me empieza el bicho de nuevo.

“Iba a verla los domingos, almorzábamos, y yo iba al baño y me tiraba una línea, salía y perfecto, no me cachaba ni nada. Entonces de nuevo empecé en este consumo, pero muy esporádico.

“Eso habrá aguantado un mes, hasta que me pilló, justo dejé un paquete en el baño. Y ella reacciona bien, trabajaba en el área de la salud y por primera vez me menciona que este es una enfermedad y que había que tratarse. Ella empieza a averiguar centros donde me podía internar y entro en este proceso.

“Estuve un mes interno, que me escapé una vez. Era tanta la locura, que me dicen ‘te vas a internar el viernes en la mañana’, típico que uno es bien manipulador con esta enfermedad, entonces yo le digo ‘ya, súper bien, pero el viernes en la mañana voy a ir a dejar el auto al taller, para que lo arreglen mientras yo esté interno’.

“Agarro el auto y lo primero que hice fue ir a comprar drogas. Y entro dos papelillos entre el zapato y la plantilla. Llevo la cuestión, me interno, y todos felicitándome, ‘qué buena decisión, qué valiente eres’. Y lo único que quería era que se fueran. Se van, cierro la puerta, saco los zapatos y me pongo a jalar en la clínica.

“Hasta las nueve de la noche donde se me acaba. Se me acaba y me viene la angustia donde estoy encerrado. Empiezo a gritar, empiezo a romper las lámparas, empiezo a decir ‘¡sáquenme de aquí!’. Llega una enfermera y yo gritando ‘¡son unos sacos de weas, yo entré droga a esta clínica, está todo el procedimiento malo. Sáquenme!’.

“Muy revolucionado. Trataban de pincharme, yo decía ‘¡no me toquen!’, pero muy vuelto loco. Entonces habla la enfermera con el doctor y le dice ‘pásamelo… Aló, Daniel…’ Empiezo a putear el doctor. Hasta que me dice ‘¿te quieres ir? Ningún problema’. Abren las puertas, ‘váyase’.

“Y anduve todo ese fin de semana en la calle. Me acuerdo que me fui a la Avenida Perú, dormí en el cerro San Cristóbal, al otro día seguí caminando todo ese sábado. Llegó el domingo y me vino toda la angustia. No tenía para consumir. No tenía ni uno. No me atrevía a ir a la casa de mis papás.

“Llego a la casa de la Pamela y le dije ‘ya, me quiero internar’. Obviamente me dijo ‘ándate a tu casa, ya no te creo nada. Si mañana te quieres internar, llámame’. Me fui a la casa de mis papás y el lunes en la mañana dije ‘sí, me quiero internar, si quieren entro en pelotas’.

“Ahí estuve un mes para desintoxicarme, que lo pasé bastante mal, y después buscamos un tratamiento ambulatorio. Las dos primeras semanas es durmiendo todo el día. Los psiquiatras llaman eso ‘plancha’. Tú te levantas, comes, estás un rato así, duermes. Así por lo menos estuve diez o quince días.

“Entro en ese tratamiento ambulatorio, me gustó, tuve como una recaída a la semana, muy chica la recaída, me vuelven a meter al ambulatorio y ahí es el tratamiento de verdad un año y ocho meses”.